Del Viento
May. 13th, 2024 12:08 pm![[personal profile]](https://www.dreamwidth.org/img/silk/identity/user.png)
Largo: 868 palabras
Notas: Estaba pensando en nuestros pueblos y nuestra tierra, aquí en el sur del mundo, y nada, me inspiré un poco. De cierta medida, inspirado por La Exiliada del Sur de Violeta Parra, de manera más indirecta aún por los diarios de motocicleta del Che. Publicada con escasa revisión.

Dejé mis pulmones en el sur. Recuerdo haber soplado en la quebrada, dejado un aliento en las rocas mojadas del bosque. Casi me tropecé en el musgo, y ahí de seguro se me cayeron al agua. Desde ahí que solo el viento me lleva en su soplido.
Los iré a buscar. En el río estuve con una hermana — solo me acuerdo de sus ojos, un color café como la tierra recién llovida, pero yo sé que voy a reconocer el calor de su cuerpo cuando la vea. También sé que me va a sonreír con todos sus dientes y me va a decir que mis pulmones se los llevó el río, el mismo del cual tomamos agua juntas, de la mano, mientras le pedíamos permiso a la montaña para dormir en ella. Seguiré buscando río abajo, impulsada por el viento.
Río abajo nada — buscaré en el glaciar más frío de la Patagonia, más y más al sur. Ahí una mujer en un barco de pesca, con largas trenzas grises, me dirá que vió unos pulmones en la boca de un pez, que podrían ser los míos, que aún respiraban. Ella me dará de comer de su pesca, cada año es más pequeña; un caldo bien caliente para aguantar el frío. Dormiré la noche con ella, y en la mañana, una rafaga me tirará hacia el norte.
El norte del sur es la ciudad, la metrópolis. En una población donde los techos son de lata, una compañera me va a mirar con amor. Las arrugas comienzan a verse en su piel, de risa y sonrisa, de llanto, de dolor, de rabia. A su hijo lo mataron los policías, lo acusaron de andar con un arma, pero nunca nadie la encontró. Yo la abrazaré cuando me lo cuente, voz quebrada en la noche helada. Tus pulmones, me dirá, no los tengo, pero sí te ofrezco mis manos. Con ellas buscarás mejor, me dirá.
Sus manos y el viento, con eso avanzaré a cruzar el desierto. La primavera florece en el valle, pero las flores las cubren deshechos, y bajo el sol caminaré mirando el paisaje con algo en la garganta. En el desierto no hay más que dunas y las estrellas que brillan en la noche; ahí no estarán mis pulmones, ya lo sé. Pero el desierto se cruza para llegar al carnaval, y ahí sin aliento bailaré con las tinkus al ritmo de las montañas que quiebran el horizonte. Las tinkus me indicarán con su baile: mis pulmones no respetan fronteras. Apuntan mis nuevas manos hacia el norte, hacia el altiplano, y de ahí sabré dónde ir.
Subiré la montaña a pie. Tendré que pedir prestada una lengua — en los pueblos altiplánicos me enredo con la mía, que no entiende lo que ahí se habla. Una joven con una larga melena obsidiana que resplandece en el sol me prestará la suya, y ahí con manos y lengua nuevas podré seguir hacia donde me sopla el viento. Hacia la selva me dirá la chica, ahí donde respira la tierra misma, ahí pueden estar tus pulmones. Me ofrecerá una jarra de chicha antes de partir, y luego un beso en la mejilla.
Dicen que en la selva hay un río — ese tendré que seguir, hacia ahí me llevará el viento. Por el camino del río encontraré una anciana, que va marchando hacia su pueblo. Verá mis manos y mi lengua, y mi falta de respiro. Con una mano arrugada, sabia y antigua sobre la mía, me llevará con ella. Se cortará su trenza con su machete, y la pondrá sobre mi cabeza, y juntas avanzaremos mientras sentimos el leve cosquilleo de los insectos a nuestros pies. A lo lejos, la amenaza de una maquinaria de la muerte y la contraofensiva de los pueblos de la selva se preparan para un enfrentamiento.
Hacia el norte, hacia el mar, ahí tienes que ir, me dirá la anciana. La brisa marina me llamará con su sabor salado, y por ahí seguiré, entre selva y montaña. De vez en cuando, retumbará la bala de una guerrillera en un árbol. Nunca veré su cara, pero ahí estará, velando por mi y por el mundo. No le preguntaré si ha visto mis pulmones; tiene otras preocupaciones. Con un saludo hacia la oscura figura, cara cubierta y perchada contra un árbol mientras sostiene un arma sin hesitación alguna, seguiré camino.
Cintilando entre las olas caribeñas los veré. Mis pulmones, por fin. Una niña determinada con una piel de bronce y ojos de noche me ayudará a buscarlos, entre las olas y el turismo que bota sus basuras al mar. Sin ahogarse entre las latas de cerveza, la niña podrá sacar mis pulmones del mar, y con sus pequeñas manos me los ofrecerá. Pero con el calor de la pescadora, las manos de la compañera, la orientación de las tinku, la lengua de la joven, la trenza de la anciana y la protección de la guerrillera, me daré cuenta que ya no necesito los pulmones. Soy viento y aliento, entre glaciares y mar y montaña y selva; yo ya no necesito respirar.
La niña me sonreirá, y bajo un árbol de mango, acompañadas con la brisa, los enterraremos.
Notas: Estaba pensando en nuestros pueblos y nuestra tierra, aquí en el sur del mundo, y nada, me inspiré un poco. De cierta medida, inspirado por La Exiliada del Sur de Violeta Parra, de manera más indirecta aún por los diarios de motocicleta del Che. Publicada con escasa revisión.

Dejé mis pulmones en el sur. Recuerdo haber soplado en la quebrada, dejado un aliento en las rocas mojadas del bosque. Casi me tropecé en el musgo, y ahí de seguro se me cayeron al agua. Desde ahí que solo el viento me lleva en su soplido.
Los iré a buscar. En el río estuve con una hermana — solo me acuerdo de sus ojos, un color café como la tierra recién llovida, pero yo sé que voy a reconocer el calor de su cuerpo cuando la vea. También sé que me va a sonreír con todos sus dientes y me va a decir que mis pulmones se los llevó el río, el mismo del cual tomamos agua juntas, de la mano, mientras le pedíamos permiso a la montaña para dormir en ella. Seguiré buscando río abajo, impulsada por el viento.
Río abajo nada — buscaré en el glaciar más frío de la Patagonia, más y más al sur. Ahí una mujer en un barco de pesca, con largas trenzas grises, me dirá que vió unos pulmones en la boca de un pez, que podrían ser los míos, que aún respiraban. Ella me dará de comer de su pesca, cada año es más pequeña; un caldo bien caliente para aguantar el frío. Dormiré la noche con ella, y en la mañana, una rafaga me tirará hacia el norte.
El norte del sur es la ciudad, la metrópolis. En una población donde los techos son de lata, una compañera me va a mirar con amor. Las arrugas comienzan a verse en su piel, de risa y sonrisa, de llanto, de dolor, de rabia. A su hijo lo mataron los policías, lo acusaron de andar con un arma, pero nunca nadie la encontró. Yo la abrazaré cuando me lo cuente, voz quebrada en la noche helada. Tus pulmones, me dirá, no los tengo, pero sí te ofrezco mis manos. Con ellas buscarás mejor, me dirá.
Sus manos y el viento, con eso avanzaré a cruzar el desierto. La primavera florece en el valle, pero las flores las cubren deshechos, y bajo el sol caminaré mirando el paisaje con algo en la garganta. En el desierto no hay más que dunas y las estrellas que brillan en la noche; ahí no estarán mis pulmones, ya lo sé. Pero el desierto se cruza para llegar al carnaval, y ahí sin aliento bailaré con las tinkus al ritmo de las montañas que quiebran el horizonte. Las tinkus me indicarán con su baile: mis pulmones no respetan fronteras. Apuntan mis nuevas manos hacia el norte, hacia el altiplano, y de ahí sabré dónde ir.
Subiré la montaña a pie. Tendré que pedir prestada una lengua — en los pueblos altiplánicos me enredo con la mía, que no entiende lo que ahí se habla. Una joven con una larga melena obsidiana que resplandece en el sol me prestará la suya, y ahí con manos y lengua nuevas podré seguir hacia donde me sopla el viento. Hacia la selva me dirá la chica, ahí donde respira la tierra misma, ahí pueden estar tus pulmones. Me ofrecerá una jarra de chicha antes de partir, y luego un beso en la mejilla.
Dicen que en la selva hay un río — ese tendré que seguir, hacia ahí me llevará el viento. Por el camino del río encontraré una anciana, que va marchando hacia su pueblo. Verá mis manos y mi lengua, y mi falta de respiro. Con una mano arrugada, sabia y antigua sobre la mía, me llevará con ella. Se cortará su trenza con su machete, y la pondrá sobre mi cabeza, y juntas avanzaremos mientras sentimos el leve cosquilleo de los insectos a nuestros pies. A lo lejos, la amenaza de una maquinaria de la muerte y la contraofensiva de los pueblos de la selva se preparan para un enfrentamiento.
Hacia el norte, hacia el mar, ahí tienes que ir, me dirá la anciana. La brisa marina me llamará con su sabor salado, y por ahí seguiré, entre selva y montaña. De vez en cuando, retumbará la bala de una guerrillera en un árbol. Nunca veré su cara, pero ahí estará, velando por mi y por el mundo. No le preguntaré si ha visto mis pulmones; tiene otras preocupaciones. Con un saludo hacia la oscura figura, cara cubierta y perchada contra un árbol mientras sostiene un arma sin hesitación alguna, seguiré camino.
Cintilando entre las olas caribeñas los veré. Mis pulmones, por fin. Una niña determinada con una piel de bronce y ojos de noche me ayudará a buscarlos, entre las olas y el turismo que bota sus basuras al mar. Sin ahogarse entre las latas de cerveza, la niña podrá sacar mis pulmones del mar, y con sus pequeñas manos me los ofrecerá. Pero con el calor de la pescadora, las manos de la compañera, la orientación de las tinku, la lengua de la joven, la trenza de la anciana y la protección de la guerrillera, me daré cuenta que ya no necesito los pulmones. Soy viento y aliento, entre glaciares y mar y montaña y selva; yo ya no necesito respirar.
La niña me sonreirá, y bajo un árbol de mango, acompañadas con la brisa, los enterraremos.